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Voz silenciosa de las fuentes ocultas
Desde los primeros compases de la obra conduce el tempo ondulante de contrabajo y piano con la constante indicación de rubato.
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E741
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Desde los primeros compases de la obra conduce el tempo ondulante de contrabajo y piano con la constante indicación de rubato.
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Disponible el:
Época | S. XX |
Instrumentos | Cb.Pno. |
Páginas | 36 |
Duración | 10 min. |
Contenido | Partitura y parte |
ISMN | 979-0-3502-0891-1 |
Edición | Papel |
Cuatro Piezas para Contrabajo solo (2010) era hasta ahora la única obra escrita por Josep Soler para un instrumento que rara vez tiene oídos para su tono sombrío. No significa que su inagotable obra no haya hecho uso antes de los recursos sonoros del contrabajo: por ejemplo, en Edipo y Yocasta (1972), donde cuatro contrabajos con sordina atacan junto al órgano los últimos compases de la tragedia, pasando por el fi nal del preludio de Jesús de Nazaret (iniciado en 1974) que concluye con un acorde de cuatro contrabajos en armónicos naturales, y el fi nal de la primera escena del Acto II que se cierra con un solo de contrabajo –de nuevo con sordina–.
Aquí, desde los primeros compases conduce el tempo ondulante de contrabajo y piano con la constante indicación de rubato. La travesía, paciente, dilata incesantemente la llegada como si supiera de antemano que no tiene lugar al que llegar, que no hay llegada, porque todo es camino. Lento; después de un fugitivo instante de inquietud, el poeta pide serenidad. Él, nombrando lo sagrado, dispone la morada. El traductor-intérprete deberá ser un fi el eco del poeta, así como el poeta es un eco que responde a la voz silenciosa del ser.
Lo callado tiene voz y ésta nos acerca al abismo. Quien no se haya acercado a él, no habrá experimentado la angustia esencial, esa que ante la voz del ser no teme decir sí. Quien dice sí y se atreve a pensar, obedece a esa voz que busca para sí la verdad. Pero a la profundidad de las fuentes ni la rozan nuestras descripciones: el intérprete que tome esta partitura como tal, estará profanándola y profanando su propio destino como depositario de la voz silenciosa, extraña y esencial al mismo tiempo.
Y la música, ¿quién tendrá el valor sufi ciente para tratar de descubrir qué es lo que en ella está escondido, si sólo los signos la guardan y sólo en ellos está escondida la palabra que podría abrirnos sus caminos? (J. Soler en Musica Enchiriadis, 2011).
Diego Civilotti